Es extrañísimo el prestigio que tienen los tránsfugas del rival. Parece que si uno sostiene con infinito ardor una opinión contraria a la que sostenía el día anterior cobra mucha más credibilidad que quienes defienden algo que ya defendían desde hace varios años. Lo suyo sería asumir que quien se cae de un guindo con tanta rotundidad es, al menos, poco espabilado y, cuando además el cambio se hace cobrando un protagonismo (por no hablar de quienes cobran cheques directamente) que antes no se tenía, se puede suponer que el recién llegado no sólo es poco espabilado, sino poco sincero.

Ayer resucitó Eduardo Tamayo, una de las dos personas que decidió que los madrileños debían pensárselo otra vez tras el garrafal error de darle la mayoría a la izquierda, en cuyas listas iba él. Parece ser que ahora ocupa sus ratos libres en promociones inmobiliarias en pueblos gobernados por el PP a cuyos alcaldes acompaña a visitar al director general de Urbanismo de la Comunidad de Madrid, del PP. Está claro que nadie puede hacer de intermediario mejor entre dos instituciones controladas por el mismo partido que un ex diputado de otro partido. Dado que todos dábamos por descontado que don Eduardo sabría ganarse las habichuelas tras crear el neologismo tamayazo, conviene recordar las horas de entrevistas que le dedicaron en todos los medios controlados por la derecha en 2003 al candidato a presidente autonómico de Nuevo Socialismo. Parecía que Tamayo tenía mayor capacidad para descubrir las complicidades con los comunistas que nadie; me imagino que si en el PP hay alguien que se creyera que lo de Tamayo obedecía a causas políticas y no a la simple compra de voluntades, se preguntaría ‘¿Y ahora te das cuenta? ¡Valiente pardillo!’: de hecho, sólo 6221 madrileños fueron a votar a quienes las radios nos mostraban como un fino y honrado analista político.

El caso de Rosa Díez roza lo esperpéntico: la nueva musa de la extrema derecha dice que las elecciones vascas no se deberían celebrar porque allí no hay democracia, pero no explica por qué piensa eso ahora y no cuando obtuvo mediante elecciones (con menos libertad, se entiende, dado el ritmo asesino que tenía ETA por aquellos años) la consejería vasca de turismo. Quien ahora denosta al nacionalismo vasco fue quien más reparos puso a romper la alianza gubernamental con el PNV en 1998; doña Rosa siempre quiere estar abrigadita, sea en las instituciones, sea en el complejo mediático de la extrema derecha. Le preguntan en una cena de la prestigiosísima Unión Católica de Informadores y Periodistas de España si piensa abandonar el PSOE, partido que le repugna (y al que aspiró a dirigir con un bochornoso fracaso) y ella no puede ser más transparente: “Si es más eficaz que me vaya, me iré”. Su papel está claro: fustigar a su partido mientras cobra el sueldazo de eurodiputada, y después (previsiblemente cuando acabe la legislatura europea o cuando el PP le ofrezca un buen sueldo en otro cargo), al dejar de ser útil, se marchará.

Por último, el diputado del PP Joaquín Calomarde se ha dado cuenta ahora de lo ultra que es su partido. A Calomarde no lo conocía nadie hace un mes y ahora frecuenta las tribunas de opinión explicando las cosas que para todos eran obvias. Sin embargo, resulta muy extraño que Calomarde haya reventado cuando el PP proclama un boicot al grupo PRISA, medida que ya se criticó aquí, justo un año antes de que se disuelvan las Cortes y sin renunciar al último año de generoso sueldo parlamentario en el Grupo Mixto. Es difícil entender que a este caballero le resulte más insoportable ese boicot que la asesina guerra de Irak, que no le llevó a escribir ningún artículo en el que se enfrentara abiertamente a la decisión de su partido, ni a salirse del mismo. ¿Era Calomarde uno de los que aplaudió y celebró el respaldo del Congreso al genocidio iraquí? ¿Ha escrito en algún artículo que le da vergüenza haber sido cómplice de aquella masacre?

Está muy bien cambiar de opinión. Pero cuando uno cambia en las convicciones que antaño eran tan firmes debería empezar por tomar conciencia de la razonable flexibilidad de sus ideas y no ir impartiendo la nueva doctrina revelada: lo suyo sería hacerse a un lado y escuchar a quienes llevan más tiempo pensando desde las posiciones recientemente adoptadas y que, por ello, tendrán las ideas más elaboradas. Y, por supuesto, deberían renunciar a los ingresos que se obtienen gracias a las antiguas (¡y tan equivocadas! ) militancias. No ganen un duro con el cambio y verán cuánta credibilidad adquieren.