Doy por hecho que lo que voy a contar de Madrid sucede en muchos otros lugares, aunque sospecho que ni por asomo de forma tan bestia como en Madrid, una vez desalojado el Ayuntamiento de Marbella.
Ayuntamiento y Comunidad llevan toda la legislatura gastando dinero público a mansalva en proyectos de nulo interés para los ciudadanos, mientras se niegan a gastarse un duro en mantenimiento de Metro, guarderías públicas, educación pública, o desvían la sanidad pública hacia la privada. Curiosamente de ninguno de los proyectos autonómicos ni municipales de Madrid se pueden quejar los constructores, pues el cemento ha corrido más que el perico en el ducado de Lugo. Los madrileños (no sólo los previamente hostiles a los dos pájaros que gobiernan en el Ayuntamiento y la Comunidad) hemos pasado toda la legislatura muy irritados con nuestros gobiernos, hasta el punto de que Gallardón ha tenido que pedir perdón por las molestias de las obras y Esperanza Aguirre ha necesitado prostituir una cadena pública como Telemadrid, para ponerla a su servicio propagandístico.
Pero llega la campaña electoral y da igual lo que haya sucedido durante estos cuatro años: cada día se inauguran siete cosas sin necesidad de que estén terminadas y se aparece en las televisiones con la cara bobalicona de quien le está regalando a sus ciudadanos unas obras encantadoras fruto del esfuerzo de nuestros entregados dirigentes. ¿Cómo no votar a tan generosa gente? Pero las inauguraciones son falaces: se inaugura tal o cual obra porque llegan las elecciones y se configura la agenda para retrasar alguna (las menos) y adelantar otras (la mayoría) aunque el trabajo no esté terminado.
Dos de los casos más increíbles de estos meses han sido el campo de Golf de Chamberí y la M-30. Ayer vimos en todos los informativos (supongo que incluso en los informativos -«espe jode lo que somos»- de Telemadrid, aunque no tengo estómago para verlos) las cascadas de agua que inundan la M-30 recién inauguradita. Desde la inauguración ha llovido en Madrid dos veces y las dos se ha inundado: si en la agenda pública no mandara la agenda del partido, la inauguración se habría retrasado para esperar a que la obra estuviera inaugurada, pero lo importante no son los ciudadanos, sus instalaciones, su seguridad… lo importante son los votos que puedan depositar el 27 de mayo. Si el 28 las obras se caen y nos arrepentimos de nuestro voto, ya da igual.
El caso del campo de Golf de Chamberí es al menos igual de sangrante: lo inauguraron por la puerta de atrás, dadas las protestas vecinales, pero desde la inauguración no se puede jugar al golf ni al padel. Hoy aparece en la revista Tiempo un reportaje que vincula la concesión de la gestión del campo de Golf a una empresa de Ignacio González, vicepresidente de la Comunidad de Madrid, cuyo hermano habría creado tal empresa pocas semanas antes para llevarse la concesión con un gigantesco sobre precio para la Comunidad (es decir, sobre precio para los ciudadanos, sobre ingreso para González). Como no he leído el texto de la revista, pero sé que llevaban investigando a fondo varias semanas, me guardo el tema para otro post (cuyo título ya puedo adelantar: «¡Váyase, señor González!»).
Ambos casos son perfectos exponente de cómo ha funcionado la gestión de lo público en Madrid: se obedece a intereses privados pero se organizan inauguraciones faraónicas y populistas para mostrar al pueblo que le entregan lo mejor de sus esfuerzos. Y si los ciudadanos todavía no pueden utilizar en condiciones lo inaugurado, da igual, porque el objetivo de la inauguración sí se ha conseguido: la entrega de mucho dinero de todos a muy poquitos bolsillos.
Si sabría Tamayo lo que hacía…
NOTA Ayer se presentó en Rivas la candidatura de IU al Ayuntamiento, donde obviamente se plantea otra forma de hacer política. En la celebración hubo 1000 personas y podéis ver la crónica del acto en el blog de José Masa, candidato a alcalde de la coalición.