El monotema vasco. Las invariantes en la cuestión de Euskadi. Autodeterminación.

Desde que uno tiene memoria el debate político en España ha estado monopolizado por el tema vasco. Incluso en las leves excepciones que han puesto en primera fila otros debates, siempre asomaba el tema vasco: así sucedió, por ejemplo, con la Guerra de Irak (una de las más burdas excusas para embarcarnos en ella fue que facilitaría la lucha contra el terrorismo doméstico) y con el Estatuto de Catalunya del 2006, disfrazado por la derecha de campo de pruebas para un futuro estatuto vasco. El protagonismo del conflicto territorial anula la posibilidad de otros debates como la desigualdad social, la vivienda, la exclusión de muchos ciudadanos, la precariedad laboral, el tipo de Unión Europea que se está construyendo… Sólo hay País Vasco: ETA y Autodeterminación. En buena parte responde este protagonismo a que supone uno de tantos conflictos heredados de la Dictadura que no se cerraron en la Transición, con el agravante de que en este caso la población vasca no votó la Constitución de 1978.
Junto con la negativa a siquiera negociar el Plan Ibarretxe, la ausencia de respuesta a la masiva abstención de los vascos son los ejemplos más claros de que el Estado español se niega a aceptar la voluntad de los vascos ni cuando se muestra pacíficamente. Pero en eso no es excepcional el País Vasco: aunque en el caso catalán la Constitución sí fue votada (hace ya treinta años, no lo olvidemos: al parecer una votación supone una hipoteca de duración mayor que las que se contratan con los bancos) y se incluyó a su nacionalismo conservador, el proceso estatutario ha demostrado que no es verdad que se pueda defender democráticamente cualquier proyecto, pues el Estatuto que salió del Parlament fue mil veces cocinado en Madrid para salir adelante. España tiene varias hipotecas que sigue pagando al franquismo, algunas claramente visibles en los artículos 1.3, que acepta la Monarquía, y el 8, que consagra al Ejército la unidad de España y la defensa de la Constitución.
Para los irreductibles que se niegan a escuchar la voz de los pueblos, ETA ha sido una coartada perfecta. La frase de Ansón, según la cual ETA es una úlcera que duele pero no mata, siendo el verdadero cáncer el nacionalismo (vasco), refleja bien a las claras la postura del nacionalismo español: ETA ha servido de perfecta excusa para negarse a un debate necesario. Durante años, cada vez que un lehendakari hacía propuestas políticas, se le respondía sin atender a la propuesta concreta: ‘La única prioridad es la lucha contra ETA’ se decía siempre. Es decir, la sombra de ETA ha negado la posibilidad de todo debate político: quienes han pagado precio político son los que no estaban de acuerdo con el statu quo jurídico-político y defendían democráticamente su cambio.
La frase ‘De todo se puede discutir en ausencia de violencia (etarra, se entiende)’, que tanto se ha repetido en estos treinta años y que fue asumida por Ibarretxe en su día, supone otorgarle un derecho de veto a ETA y por lo tanto es un grave error. Pero en todo caso la frase cobra plena vigencia si por fin se consigue el fin de esa violencia. Por ello resurgen las voces más claramente nacionalistas españolas cuando se presenta la posibilidad de un proceso de paz: la bandera, el himno… son los únicos argumentos a presentar cuando desaparezca la ulcera para impedir que quien decida sobre el País Vasco sea sólo la voz libre de sus ciudadanos.