Otro de los puntos que propone Anguita en El Laberinto Vasco, es La actitud del PP y los medios de comunicación. Estado de la opinión pública.
La realidad sociológica de las dos Españas, se construye sobre una serie de presunciones tanto de lo que cada una de las dos Españas es como de lo que es la otra España. La derecha desde hace tiempo se ha esforzado en vincular izquierda y/o nacionalismo con ETA. No es algo exclusivo de esta legislatura, sino que viene de más allá. En un texto que escribí sobre el 13 de Marzo de 2004 (y que ahora publica la Revista Qi, con el título De la calle al 13-M), exponía como las cúpulas ideológicas de la derecha necesitaban que el 11-M fuera obra de ETA porque así, era un poco obra de toda la izquierda y de los todos los nacionalismos (salvo su nacionalismo español, obviamente). En aquel texto, exponía que en un primer momento se utilizaba el Pacto de Lizarra para desacreditar por alianzas con ETA a todo el nacionalismo vasco y Ezker Batua. Ello contaminaba a su organización federal, Izquierda Unida y sus posibles pactos con el PSOE (ese argumento fue colocado como eje de campaña por Esperanza Aguirre en la reedición de las elecciones autonómicas de Madrid en 2003). Tras las conversaciones de Perpiñán, también era Carod Rovira cómplice de ETA y con él ERC, cuya participación en el Gobierno catalán presidido por Maragall contaminaba definitivamente al PSOE. Se llega a una identificación izquierda-ETA. El 7 de marzo de 2004 el payaso Leo Bassi coordinó un boicot en un mitin de Rodrigo Rato en el Retiro consistente en gritos antibelicistas y de recordatorio de los compañeros del PP de Rodrigo Rato que habían sido escondidos durante la campaña electoral; la respuesta de Rodrigo Rato fue “Estos son los que quieren gobernar con Carod Rovira y con ETA” (¡El payaso Leo Bassi quería gobernar España y hacerlo conjuntamente con Carod Rovira y con ETA!). Al día siguiente del atentado, en la mañana del 12 de marzo, Jiménez Losantos decía “Hay gente, y no digamos gentuza, que con tal de lavar un poco los resultados, con tal de lavar su sucia conciencia, y sobre todo la sucia conciencia de sus votantes, de los que pactaron con ETA que matara en Madrid pero no en Barcelona, son capaces de cualquier cosa (…). Los que están intentando cargarle al Gobierno la culpa del terrorismo (hoy hay un verdadero modelo de abyección en ese sentido, imagínense ustedes en qué periódico [se refiere a El País](…). ” Y sigue: “Si hubieran sido los de Al Qaida, en el altar de Alá, hubiera sido exactamente lo mismo, pero es que que no, es que sucede que el domingo hay elecciones en España y naturalmente, los cómplices del terror, los de Perpiñán, los del pacto con la ETA para que mate en unas partes de España y en otra no, pues naturalmente tienen que disimular.” Esta nebulosa que convierte a todo el que se opone al PP en ETA sí que cuaja en sus sectores populares: así se ve en el documental 4 días de marzo cuando señor afirma: “Los árabes no han sido: es una farsa que quieren meter (…) la izquierda, para sacárselo a Aznar, Otegi”. Es decir, la tensión política se mueve entre Aznar y Otegi, que es la voz de la izquierda. Otro, que se pone con orgullo una pegatina del PP, se suma al mejunje: “Vosotros etarras, sois unos etarras, el PSOE y todos los que pactáis”.

El esquema maniqueo o PP o ETA era asumido por Fernando Savater en su artículo en El País el 12 de Marzo de 2004 Autopsia (enlace de pago), que hasta hoy no ha sido matizado por el autor. En él se sigue la cadena incriminatoria que manchaba a todo el que se había opuesto al PP: desde Carod Rovira (“Pero yo le oí a Carod Rovira que ETA es ‘un movimiento independentista vasco que recurre a la lucha armada’”) siguiendo por los nacionalismos con complicidad de la izquierda (“Resultado de mi autopsia: el país más descentralizado de Europa es el más amenazado por la fragmentación nacionalista, que en todas partes está considerada una abominación reaccionaria salvo aquí, en donde es de izquierdas y constituye una alternativa de progreso”) hasta culminar, por fin, con quienes habían tomado cierto protagonismo en las protestas contra la guerra (“Escuchemos a nuestros intelectuales y artistas para quienes lo verdaderamente intolerable es la política del PP: en cuanto se acabe con ella reinará la armonía”). En definitiva, protestar contra los atentados del 11 de marzo (cometidos por ETA) habiendo criticado al PP era una cierta contradicción, cuando no una notable hipocresía. Cuando se acusaba a ETA de estar detrás de los atentados del 11 de marzo, se estaba acusando a una porción de la población muchísimo más amplia que la que compone o incluso que la que apoya a ETA.
Ese estado de opinión en el que sólo la derecha se opone realmente a que mate ETA es el que hizo que Aznar comentase durante la tregua de 1998-99 que sólo la derecha podía conseguir la paz, y ese estado de opinión es el que hace que, si lo intenta la izquierda y los nacionalistas (como sucedió en Lizarra en 1998 y en la tregua de 2006) son condenados por cómplices y tibios, aunque sean mucho menos condescendientes con ETA que José María Aznar cuando pensó en solucionar el problema. La oposición al proceso de paz es lo único que aglutina a todo el Partido Popular según quienes conocen las entrañas del partido. Sin embargo no hubo una sola voz de la derecha que se opusiera cuando eran ellos quienes hacían concesiones.
Evidentemente esa doble moral es hija del oportunismo electoral. Pero el problema es que, efectivamente, esa actitud les puede dar votos y que, salvo en la pifia del pasado sábado, suelen ser capaces de movilizar a mucha gente. Si la izquierda hubiera intentado movilizar a su gente contra el proceso de paz de 1999 se hubiera estrellado: no sólo porque efectivamente la izquierda quiere que deje de haber bombas más allá de preocuparse por quién lo consiga, sino también porque ha cuajado socialmente la sensación de que todos menos el PP están contaminados en mayor o menor medida por ETA. Ese es probablemente el obstáculo más duro con el que tenemos que lidiar quienes sí apostamos por conseguir la paz sin aceptar el derecho de veto que reclama la derecha. Sólo caben dos mecanismos para desarticular ese prejuicio: pedagogía política y movilización social que muestre que no sólo no estamos avergonzados sino orgullosos de defender la pacificación.