Una mujer, militar de profesión, murió en Afganistán el jueves pasado: ayer la enterraron con gran boato y presencia de dirigentes políticos y autoridades militares. El ejército español está participando en una guerra y los militares no sólo conocen lo peligroso que ello es, sino que la razón por la que cobran es por ese riesgo. Según se ha sabido estos días, la soldada muerta y su novio decidieron ir a Afganistán para ganar 3.000 euros al mes y así poder casarse a la vuelta. Vemos, pues, que el Ejército, a diferencia de otros empleadores, sí paga suficientemente el riesgo que sufren sus trabajadores.
España pelea por el liderazgo europeo en muertes por accidente laboral. Nunca aparece ninguna autoridad política ni empresarial en los entierros, salvo, quizás, algún alcalde; tampoco los líderes sindicales. En los medios de comunicación, con la excepción de Gara, nunca es noticia de portada la muerte de un trabajador… salvo que sean militares. Esta chica no merecía morir, es una desgracia. Tampoco lo merece ninguno de los trabajadores que van muriendo todas las semanas sin ningún reconocimiento póstumo. Si lo que concede una especial relevancia a la muerte de la soldada es que ésta ocurrió en una guerra, la hipocresía es mayor, pues a nadie se le escapa que ya no es ningún tipo de noticia cada muerte que se produce en la guerra de Afganistán. Ningún periódico recoge de forma relevante lo que allí ocurre.
La muerte de la soldada ha puesto, además, en evidencia una perversión política que estamos importando. Hace años criticábamos mucho a la opinión pública estadounidense porque sólo le molestaba de una guerra el peligro que corrieran sus soldados: no les importaron los criminales bombardeos sobre Yugoslavia porque, aunque desde la altura que se hacían impedían discriminar objetivos militares de población civil, esa misma altura reducía al mínimo el riesgo de los bombardeantes. Eso mismo está pasando en España: los que nos oponemos a la guerra de Afganistán sólo cobramos cierto protagonismo cuando muere en ella uno de los nuestros. Baste ver que esta semana han llegado a las portadas de algunos periódicos las posturas de IU y BNG contra aquella guerra, a pesar de que dicha postura tiene ya más de un lustro. Algo parecido sucede con Irak. Zapatero acertó enormemente retirando con toda la rapidez que le fue posible las tropas españolas de Irak. Con ello se conseguían dos cosas: no ser cómplices de la masacre y evitar riesgos innecesarios para los militares. Cubierto el segundo objetivo, el primero pasó a un segundo plano: desde el principio el Gobierno parecía suplicar una normalización diplomática con los criminales que ocupan la Casa Blanca, recientemente hemos conocido un acuerdo por el que podrá haber agentes de la CIA en España con autorización del Gobierno y la complicidad con los vuelos de la CIA no es ni mucho menos un caso menor. Los que nos oponíamos a la Guerra (los que nos seguimos oponiendo) no sólo lo hacíamos porque pusiera en riesgo a nuestros militares, a nuestros periodistas (Julio Anguita Parrado, José Couso), a nuestros civiles (11-M), sino porque nos parecía una monstruosidad bombardear un pueblo por intereses personales, económicos y políticos. Como nos sigue pareciendo una monstruosidad Guantánamo, como nos siguen pareciendo monstruos Bush, Blair, Aznar, Durao Barroso… Nos pongan o no en riesgo. Aunque no mueran los nuestros.