Qué hacer con la prostitución es una de esas cuestiones en las que sólo se puede tener una postura rígida si no se ha pensado suficientemente al respecto. Lo único evidente es que algo hay que hacer, pero cuando se pone uno a pensar qué, empiezan los problemas. Las propuestas son, en principio, dos: abolición o regulación.
La regulación sería lo ideal en un mundo ideal. Si el sexo estuviera normalizado y se pudiera comerciar con él como se hace con otros placeres (la comida, la lectura,…), uno se podría dedicar a la prostitución como quien es cocinero o escritor. Si nuestra sociedad no fuera sexista, la prostitución no sería una forma más de sumisión de la mujer, sino una de tantas profesiones que facilitan un determinado ocio cuyos profesionales serían de ambos sexos por igual. Si no tuviéramos porcentajes crecientes de población excluida, la prostitución no sería la única salida de una porción de esa población, especialmente la inmigrante. Pero ocurre que esos tres supuestos no se dan ni de lejos y, mientras, las personas que pertenecen a un número mayor de colectivos oprimidos (mujeres, pobres e inmigrantes) son sometidos a unas condiciones que no se diferencian en nada de la vieja (?) esclavitud. Lo que sería ideal en un mundo ideal se destroza en añicos en el mundo real. Algún intento como el de Catalunya ha sido valiente afrontando una regulación que, al menos, independiza a las prostitutas de los proxenetas: como suele suceder, cuando se aprobó la norma se armó mucho revuelo, pero nadie se ha ocupado de hacer un seguimiento y ver qué efectos, positivos o negativos ha tenido la norma.
En cuanto a la abolición, choca con varios problemas. Fundamentalmente dos: que, como en el caso de las drogas, la ilegalización no supondría la desaparición de la prostitución, sino su paso a la clandestinidad, por lo que las condiciones sanitarias, higiénicas… serían aún peores que las actuales: su actual condición de esclavas se radicalizaría aunque posiblemente disminuyera el número de prostitutas. Además se generaría un auge del turismo sexual trasladando nuestro problema a las mujeres y niñas de países subdesarrollados. Hace poco me contó una amiga que no le habían dado un puesto de trabajo con el siguiente argumento: “Mira, en este trabajo tendrías que tratar con muchos ejecutivos de tal país en el que la prostitución está prohibida. Ellos, cuando vienen a España, lo primero que quieren es que se les lleve de putas, por lo que para ese puesto necesito un chico, lo siento”. Los usos sociales no se puede abolir mediante una ley, por lo que la abolición de la prostitución, con ser preferible al limbo actual, más que evitar problemas los transforma.
Cualquiera de las dos soluciones tiene problemas. Es imposible defender apasionadamente ninguna de las dos. Sin embargo algo hay que hacer y rápido: lo impresentable es mantener entre nosotros un asqueroso mundo de esclavitud como el que genera la prostitución. Lo que se haga no será perfecto, pero algo hay que hacer.
Probablemente la razón por la que el PSOE decidió ayer que de momento no iba a hacer nada es la misma que la que aparcó la constatación de que el vino lleva alcohol: hay elecciones municipales a la vista; y después generales. Así que tenemos que empezar a suponer que en lo que queda de legislatura no se volverá a hacer ni un gesto de tímida valentía como los que aparecieron en los primeros meses tras las elecciones. Habrá que esperar a 2008 para volver a avanzar algo.