Hace un mes una inmensa explosión se llevó por delante la vida de dos conciudadanos y buena parte de las esperanzas de quienes confiábamos en que, con todas las dificultades previstas y pese a las incompetencias y cobardías sobrevenidas, esta vez la paz sería posible en el País Vasco. Un mes después, el tiempo da cierta perspectiva.
Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate, las dos personas que murieron en el atentado, prácticamente han pasado al olvido. Al parecer se ha concedido la naconalidad española a sus familias, como se viene haciendo cuando las víctimas son extranjeras y de páises subdesarrollados (¿se ofrecería la nacionalidad española si los que se hubieran quedado durmiendo en el coche hubieran sido alemanes o japoneses?). Pero ya no interesan a nadie: sus nombres han perdido eficacia política y mediática.
En cuanto a la posibilidad de paz, está perdida en una nebulosa. He insistido aquí alguna vez en que a pesar de la brutalidad de ETA (o precisamente por ella) los poderes públicos debían incrementar los esfuerzos, minimizar las declaraciones y ponerse a trabajar para que la paz, en algún momento, sea posible. Sigue apareciendo aquí el logo «Sí en mi nombre», pues sigo creyendo que hace un mes, hace ocho años y el mes que viene el diálogo es la única vía hacia la convivencia entre quienes tienen proyectos colectivos distintos. Pero frente al refrán («dos no pelean si uno no quiere») la realidad demuestra que es más bien al revés («dos no dialogan si uno no quiere»). Y la situación vasca tiene tantos focos mediáticos y propagandísticos, que cada día hay un agente que no quiere dialogar: cada día alguien lo demuestra con hechos o con palabras.
En el PSOE han emergido dos almas bastante visibles: la de Rubalcaba, empeñado en la demostración más ostentosa de la ruptura de puentes, y la de Zapatero, que parece insinuar que deja puertas abiertas, pero con una ambigüedad tremenda: parece más empeñado en no ofrecer puntos de crítica al PP que en tomar las riendas del problema. En Batasuna, si bien se intuyen cambios, son sólo movimientos internos que no parece que vayan a tener consecuencias prácticas. De hecho, hace ya tiempo que se abandonó la idea defendida por sus dirigentes (y por ETA) de que la bomba de Barajas no ponía fin a la tregua: ese silencio puede tener una vertiente negativa (vista la reacción del Gobierno, se renuncia seguir adelante) o positiva (se han dado cuenta de que era ridículo seguir insistiendo en eso, pero no por ello van a dejar de trabajar para resucitar el proceso).
Un mes después el protagonista es el silencio: si ETA da el proceso por amortizado, es extraño que en este mes no haya habido ninguna otra bomba o disparo; pero, si pretende reactivar el proceso, lo extraño es que no hayan dado pasos que contrarresten los efectos políticos del 30-D (los efectos humanos no son contrarrestables). Es posible que estén sumergidos en un gran debate interno, pero ahí aparecería una tercera extrañeza: ¿no hubiera sido mejor tener esos debates internos antes de tomar la decisión de poner la bomba de hace un mes? Normalmente, en las familias se discute sobre qué casa comprar y luego se compra; si están en un proceso de debate interno, habrían comprado la casa y luego se pondrían a discutir sobre qué hacen con ella.
Pero el silencio abarca a todos: es obvio que muchos de los implicados no renuncian al diálogo como medio para la solución del problema. Por filtraciones a la prensa hemos sabido que Ibarretxe se reunión con Otegi. No hemos oído que nadie relevante lo haya criticado. Quizás sea una señal de que algo, por poco que sea, se mueve. La permanencia de una organización como ahotsak permite ver que hay quien no lo da todo por perdido.
Esos silencios son la única razón para el optimismo. Si se está trabajando por la paz y se está trabajando en silencio, es que algo hemos aprendido. En cuanto haya una rueda de prensa, echémonos a temblar.