La Transición es un fenómeno ante el cual hay reverencias generales. Sólo en los márgenes se puede criticar tal o cual aspecto de la Transición. Generalmente lo único que se debate sobre ella es cuándo terminó: si en 1977 (en concreto hace hoy 30 años), si en 1978 con la Constitución, si en 1981, con el 23-F, en 1982 con la victoria de González… también hubo quien dijo que en 1996 con la vuelta al poder mediante elecciones de la derecha y quien afirmó que la Transición se cierra el 13 de marzo de 2004 cuando por fin el pueblo adopta el protagonismo político y sale a la calle para intentar cambiar el país.
Es un debate meramente voluntarista que hace ver que en realidad la Transición es un Régimen que nace en 1975 y en el que estamos inmersos. En el siglo XIX la restauración propiamente dicha de la monarquía de los borbones se produjo sólo entre el golpe de estado de Martínez Campos en 1874 y la constitución de Cánovas de 1876 y aún así hablamos de la Restauración como el Régimen que abarca de 1874 a 1931 (o 1923 según de qué historiador hablemos). Del mismo modo deberíamos hablar del presente como el Régimen de la Transición, pues es ésta la que vertebra el régimen, la que limita las decisiones políticas y la que constituye una auténtica religión política en nuestro país.
Es una religión política con su santoral (los incriticables Suárez, Peces Barba, Carrillo… por no hablar del Borbón), pero sobre todo con sus onomásticas sacras: tal como se desarrolló la adecuación del franquismo a los mandatos de las potencias occidentales, tenemos fiestas redondas de las de guardar todos los años. En 2007 (hoy) celebramos el 30 aniversario de las primeras elecciones tras la muerte de Franco (no propiamente tras el franquismo, pues se hicieron bajo la vigencia de las Leyes Fundamentales del Movimiento); en 2008 celebraremos el 30 aniversario de la Constitución; en 2009 tendremos un año más o menos libre, porque nadie celebra (en público) el cuarenta aniversario del nombramiento del Borbón como sucesor por Franco; 2010 será el 35 aniversario de la muerte de Franco y de la coronación del Borbón; en 2011 celebraremos el 30 aniversario del 23-F (y de cómo el Rey nos salvó) y el 15 de junio 2012 tendremos de nuevo el 35 aniversario de las elecciones de 1977 con lo que se reiniciará el ciclo de conmemoraciones redondas.
No pueden dejar de recordarnos ni un año que tenemos lo mejor que podríamos tener (es decir, no vale la pena esforzarnos en tener nada mejor) gracias a un periodo de iluminación divina sobre la política española que es estudiado en todo el mundo. Es curioso que sea estudiado, como nos repiten hasta la saciedad, en todas partes, pero que en ningún estado más que en España se haya instaurado ninguna monarquía desde 1975: no parece que todos los aspectos de esa transición sean deseables para tantos imitadores.
La sacralización del Régimen de la Transición es utilísima para todo el conservadurismo pues impide debatir los anhelos democráticos que podamos manejar una porción de la sociedad (la aspiración a la III República es el más notable) y nos evita solucionar problemas que dejó abiertos el proceso de hace treinta años: el problema territorial, que exigirá en algún momento la consecución de un estado federal, no se resuelve por una configuración abierta y conflictiva como es la autonómica. Cada vez que hay propuestas mínimamente audaces que puedan ir contra la voluntad de los sectores más inmovilistas de nuestra política siempre aparece como espada de Damocles la ruptura-de-los-consensos-de-la-transición: ruptura que es la puerta de entrada a los infiernos.
Ni una crítica, ni una revisión. Del mismo modo que en Navidad no se menciona la inexistencia de Dios, en cada uno de estos aniversarios hay que loar a los padres de la patria y seguir guardando las miserias debajo de la alfombra. El año que viene, más.